[Aceptada] Sidrick Albrecht [Mago (con ciertas habilidades de Brujo)] [Humano] [Neutral Puro; "Egoísta"]

– ¿Sabéis como me cansé de vosotros? – Murmuró el joven mago. Los goblins, de repente, se callaron. El pasajero que hace una semana recogieron cuando iban de camino a la Bahía del Botín no solía hablar.
Grutzznik, el capitán del pequeño navío comerciante, lo observó fijamente una vez más. El humano (¡Como odiaba el pequeño goblin a los humanos!) estaba sentado en un rincón del camarote general. Desde la oscuridad brillaban sus oscuros ojos, casi tapados por el denso cabello negro. Por enésima vez Grutzznik se preguntó cuándo fue la última vez cuando el humano se lavó la cabeza, su pelo parecía estar lleno de aceite. Por suerte, al menos no olía mal.
“Este mago es muy raro,” Pensó el capitán, fijándose en las negras túnicas del joven, - Tranquilo, humano. Pronto llegaremos a nuestro destino.
– Eso espero, por vuestro bien. Dicho esto, se retiró a su camarote personal.
– Con que gusto le tiraría al agua, no hay otra paga que acepte por llevarlo a la Bahía del Botín que ver como lo descuartizan los tiburones, – Dijo Grutzznik, disgustado.
– Tranquilo, capitán, - Se le acercó un marinero goblin, - Tan solo dos días.
– Tan solo… – Repitió el pequeño Grutzznik. – Tan solo…
Por fin pisaba tierra firme. El joven mago odiaba el agua, sea un el inmenso océano o un diminuto riachuelo. Tampoco le gustaba esta ciudad, todo ese movimiento, ese permanente olor a pescado… Con que gusto se teletransportaría directamente a Ventormenta. Sin embargo, su maestría aún no se lo hubiera permitido; no era lo suficientemente poderoso.
“Poder… Qué difícil es conseguirlo y qué fácil es perderlo…” – Pensó el mago, y una leve sonrisa apareció en su rostro
Entró en la taberna cuando el sol ya había cruzado la mitad del cielo y comenzó a bajar hacia el horizonte. Se sentó – en un rincón, como solía hacer – y pidió agua al camarero (éste le miró, extrañado, pero se fue sin discutir).
Estuvo sentado ahí durante un rato, sumido completamente en sus pensamientos, hasta que un pequeño alboroto le llamó la atención. Dos hombres humanos, con vestimentas de aventureros (o quizás de piratas) estaban discutiendo con una mujer muy joven de aspecto frágil. Al parecer, querían algo de ella.
El mago se levantó y volvió a sentarse en una silla más cercana a la acción para no perderse ni una sola palabra.
– Vamos, niña, enséñanosla, – Dijo uno, riéndose.
– ¿De dónde la conseguiste? – Le apoyó el otro.
– ¡Dejadme en paz malditos! Sé usarla mejor que ningún hombre de la costa sureña.
Cuando lo pronunció, ambos humanos soltaron largas carcajadas burlescas. Entonces la chica saltó por encima de la mesa, y sacó una preciosa cimitarra de algún surco de su capa. En unos instantes, el filo de la espada estaba en tan solo unos milímetros de la garganta de uno de los bandidos. Los dos callaron instantáneamente.
– ¿Qué? ¿Ahora ya no os reís? – Preguntó la mujer, sonriendo victoriosa.
Sin embargo el mago veía algo que ella ignoraba, cegada por su inesperada victoria. Por detrás de su mesa se acercaba otro hombre – con las mismas vestimentas que los otros dos – con un puñal en la mano, preparado para atacar.
Todo ocurrió en un momento. El mago se levantó, y de su mano salió una bola de fuego. La chica, que se giró bruscamente y entendió todo, no dudó en cortar la garganta del humano que tenía delante. El hombre al que apuntaba el mago estaba de pie, quiero. Con una extraña expresión en la cara miró a su pecho, y, en el lugar donde instantes antes tenía el corazón, vio un agujero humeante. Aún sin creérselo, metió una mano en el agujero. Cuando sus dedos salieron por su espalda cayó muerto.
El humano al que atacó la chica por aquel entonces ya estaba en el suelo (en su caída tiró varias mesas), intentando tapar la horrorosa herida de su garganta.
El tercer hombre, sin dudarlo un instante, se echó a correr.
El mago se apresuró a acercarse a la chica. Ésta estaba mirando su cimitarra, cubierta de sangre, con horror en los ojos.
– Casi te matan, – Dijo el mago, – ¿Qué querían?
– Es…Esto… –Murmuró la chica, señalando la espada. Tras decirlo, cayó a la silla, llorando.
– El joven mago se sentó en una silla al lado suya e intentó apaciguarla. En unos minutos, la mujer ya pudo hablar, y le contó su historia.
– ¿Cómo te llamas, jovencita? – Preguntó el mago.
– Alesta… – Murmuró la chica, aún sollozando ligeramente.
– Alesta… – Repitió el mago, y se levantó de su silla, – Tenemos que irnos, Alesta.
Tras decirlo, el humano de la túnica negra se levantó y caminó rápidamente hacia la salida de la taberna.
– ¡Espera! – Alesta se apresuró a seguirle, – ¿A dónde? ¿A dónde vamos? ¿Y cómo te llamas tú?
– Sidrick… Sidrick Albrecht – Murmuró el mago, y luego, sonriendo, añadió, – Y nos vamos a Ventormenta. Hacia una nueva vida.